02 febrero 2017

Receta para un mal de amores, o la multiplicación del pan...y el café.

La historia que explica el por qué ese domingo llegué  sin avisar a la casa de la negra a las siete de la mañana , corresponde a otro cuento. Así que comenzaré por decir que toqué varias veces, hasta que una mujer morena profunda, delgada y risueña, abrió la puerta de par en par, con los ojos todavía medio cerrados por el sueño. 

Primero me hizo pasar y sentarme en una silla, y mientras se iba quitando a los pocos la pereza normal de las horas de estar acostada, me preguntó que yo cómo estaba. Iba a empezar a hablar, pero se me hizo un nudo en la garganta que la negra entendió enseguida. Abrió el closet y cogió una toalla blanca, perfectamente doblada, y me la entregó mientras al mismo tiempo me tomaba del brazo y me decía: Mamacita, no hay dolor del alma que un buen baño largo con agua fría, y un buen café con un amigo, no puedan curar”.


Me dejó en la puerta del baño que compartía con 4 inquilinos más en la pensión donde ella vivía, en una casa antigua de la Candelaria, en pleno centro de Bogotá. Tomé un baño largo y delicioso. El chorro de agua helada cayó sobre mi cuerpo, sobre mi alma, y sobre mi espíritu, comenzando a limpiarlos como la negra me dijo. Al salir, cambiada y limpia, un olor a café fresco me llevó hasta la cocina.

Una habitación simple pero inmaculada, con unas flores en el centro y un mantel de cuadros blancos y azules decorándola. Sobre la mesa, dos tazas grandes de café negro, y una canastica con tres panes. “Desembucha” -dijo la negra mientras daba el primer sorbo.

Durante dos días hablé en un monólogo interminable, en donde trataba de hilvanar las ideas por las cuales Adán y Eva habíamos dejado de ser “nosotros” para convertirnos en Adán por su lado y yo por el mío. No hubo lágrimas, solo un intento de extirpar una pena de amor que para mí era infinita, y que llevaba hasta ahora un fin de semana curándola.

Luego de dos días de bailar “Ketama” y hablar durante horas, a las seis de la tarde le dije a la negra que estaba lista, que podía irme ya. Ella me abrazó y ¡le agradecí profundo! 


Solo una semana después, sentada en la casa de mi tía, quien me prestó una habitación para intentar descifrar y escribir sobre mi recién mal de amores, me di cuenta que esos dos días con la negra nos alimentamos de café sin azúcar y pan duro. 

Entendí que la negra me dio la primera lección sobre cómo multiplicar el pan y el café. ¡Aseguro a todos ustedes, y doy fe, de que en esos dos días no sentí hambre, y mi alma salió llena, y a la vez un poco más liviana!

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