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Voy
a habitar un pueblo –me dijo-. Y el día
que lo habite, o el día que comience su construcción, o en realidad, el día que
quieras, puedes visitarlo. Siempre estarás invitada al pueblo, pues los
habitantes del pueblo son seres que reciben con los brazos abiertos a todo
aquel que quiera entrar, bien sea por necesidad de recibir, o por una necesidad
de compartir, que es lo mismo pero a la inversa.
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¿Y
cómo será tu pueblo? –le pregunté emocionada, sabiendo que a un hombre se le
conoce por sus sueños-.
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En
el pueblo solo existirá una ley, y esa será la ley del amor. He descubierto que
cuanto menos amor, el hombre tiene que construir más leyes. El espíritu del
amor reinará en el corazón de los habitantes y por lo tanto no habrá
gobernantes, pues cada uno se gobernará a sí mismo, sabiendo en cada instante
las tareas que le corresponde realizar. Nadie tendrá que indicar qué hacer a
otro, como tampoco nadie tendrá que preguntar qué hacer a otro, pues todos
estarán conectados con el gran espíritu del orden del universo, y Él les
manifestará por medio del pensamiento y de la emoción cada una de las tareas
que se requieren en cada instante.
Entonces no habrá necesidad de leyes, pues como los hombres están
conectados con el gran espíritu, sabrán qué está en su lugar y qué no.
Como cada hombre será responsable de sí mismo, no
habrá política, ni religiones, y así no serán necesarios los líderes políticos
ni religiosos. Entonces, como consecuencia, no habrá seguidores ni seguidos. En
el pueblo todos trabajaremos por el bienestar de todos, en unidad y armonía. El
hombre sabrá la justa medida de lo que requiere para su supervivencia, y no
tomará nada más de lo que le corresponde, consciente de que si toma algo de más,
estará causando un desequilibrio en la unidad, pues aunque no lo vea, está
quitando a otro lo que le corresponde por ley.
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¿Y
las casas? –le pregunté-. ¿Cómo serán las casas?
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Serán
construidas en armonía con los demás seres. Los hombres del pueblo sabremos que
no somos los únicos en la tierra, y que existen muchos otros seres que tenemos
que respetar. Por lo tanto, no se contaminarán las aguas con nuestros residuos
del cuerpo, y no habrá basura, pues no se construirán cosas que no se puedan
destruir biológicamente. En el pueblo se distribuirán los residuos en orgánicos
e inorgánicos. Lo orgánico será entregado como comida a los patos, las gallinas,
y las lombrices californianas que se encargarán de crear abono para las
plantas. Los residuos inorgánicos serán mínimos, pues ya no existirá el
plástico, y se retornará al sistema de canastos para ir a proveerse de lo
necesario. No usaremos materiales contaminantes como el cemento, ni los
sintéticos o químicos para construir y pintar nuestros hogares. Volveremos a
construir casas de barro, y las pintaremos con pigmentos naturales dando vida y
color a nuestros lugares.
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¿Y
cómo organizarás el tema de la comida? –le pregunté.
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Yo
no organizaré nada. Todos sabremos qué hacer. Lo que he soñado, es que cada
familia se encargará de un pedazo de parcela de tierra, la cual labrará de
acuerdo con su capacidad de trabajo. La comida será comunitaria, y se compartirá
todo lo que la tierra y los animales de campo provean.
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¿Y
las otras cosas que se necesitan como ropa, y transporte?
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La
ropa será diseñada, tejida y elaborada por hombres y mujeres de la comunidad a
quienes les guste este tipo de oficio. Algunas familias se concentrarán en
hacer ropa, otras a la madera, algunas a
los metales, y otras a los oficios del campo. Pero todo se compartirá, pues
nadie poseerá nada, aunque disfrutará de todo. Los viajes serán con sistemas de
combustión no contaminantes. El hombre ha llegado a tales niveles de
conocimiento técnico, que es capaz de construir vehículos que se alimenten con
energía solar o incluso con agua.
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¿Y
el dinero qué papel jugará aquí?
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El
dinero es lo de menos. El conflicto con el dinero es el valor adicional que se
le ha dado. El dinero en sí no es bueno ni malo, es una energía que va fluyendo
como el agua, y que sirve a quien lo necesite. El problema está en la codicia,
y en el instinto egoísta de acapararlo, armando diques para tener más de lo
necesario. Eso irremediablemente crea escasez en otros lugares, pues no permite
que fluya con su propia conciencia. Los hombres que habitemos el pueblo
tendremos que estar muy pendientes de observarnos permanentemente, para que
cuando el instinto de acumulación se manifieste, nuestra conciencia pueda
derrotarlo, para que la ley no se vea alterada.
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No
es que no crea en tu pueblo –le dije al utópico-. Muy por el contrario, yo
también he tenido muchas veces ese mismo sueño. Y muchos otros que han pasado
por esta casa. A todos se nos ha dicho utópicos, y entiendo por qué. Porque en
realidad, todos los habitantes de la casa hemos tenido el mismo sueño, pero ver
nuestra naturaleza egoísta nos hace desistir del sueño cuando crecemos, y nos
volvemos como los seres “normales” que conforman el mundo, adaptándonos a lo
instintivo, y olvidando lo consciente. Entonces, ¿cómo crees que se va a
solucionar eso?
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Cuando
soñé la primera vez con el pueblo, armé mis maletas y me dirigí a empezar su
construcción en un lugar del norte. Pero tan pronto como llegué me di cuenta de
que mi camisa estaba llena de manchas negras, las manchas que da el egoísmo
humano. Entonces lo comprendí. El
pueblo se formará solo, y día a día, cuando muchos empecemos por limpiar
nuestra camisa de momento en momento. Cuando dejemos de echarle la culpa de
nuestros conflictos a cosas externas, y nos hagamos responsables de los efectos
de nuestras causas. ¿Sabes? Hay días en que ya mismo, aquí y ahora, logro
habitar en el pueblo, días en que sé sonreír, y llorar, y sé compartir, días en
que puedo escuchar, en que puedo comprender al otro antes de pedir que me
comprendan. Hay días en que vivo en el pueblo en completa armonía, y es cuando
mi corazón es capaz de amar, y de entregar sin pedir nada a cambio. Días en que
soy consciente de observar mi codicia e invocar a mi conciencia para que
elimine esa fuerza que me hace sufrir. Son minutos en que puedo penetrar al
pueblo, momentos en que todo se manifiesta con total claridad y perfección, en
armonía. Instantes en que puedo concentrarme en el ahora, y vivenciar
plenamente lo verdadero, lo justo y lo útil, y estoy vigilante ante lo falso,
lo injusto y lo inútil, para orar a mi Dios interior para que me ayude a
disolverlo. Solo se trata de limpiar nuestra camisa de esas manchas, y el
pueblo aparecerá ante nuestros ojos como por arte de magia, sin ningún
esfuerzo.
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Te
creo –le dije- pues lo he vivenciado.
Y al lado se escuchó a un par de personas diciendo:
“Están completamente locos, parece que no conocieran la naturaleza humana”.
Pero a ninguno de los dos nos importó. Seguimos
hablando del pueblo durante meses. Algunas veces subidos en la montaña que
conduce a La Calera, con nuestros
brazos apoyados sobre la barda del mirador. Otras veces hablamos del pueblo
echados en el pasto, cansados, después de jugar futbol con boñiga de vaca, y
juagarnos de la risa de alegría, de esa alegría que da el compartir. Muchas
otras, mientras observábamos el atardecer con el sol de los venados
deleitándonos, y nosotros lo contemplábamos desde nuestro auto. Algunas veces,
tendidos en una hamaca, meciéndonos mientras contábamos las estrellas nuevas en
el firmamento. Otras más, viajando a conocer pueblos que intentaban
externamente hacer el pueblo soñado.
Pero siempre, siempre, le creí a Tomás sobre la
existencia de su pueblo, y le sigo creyendo, porque a veces mi conciencia le
gana a mi egoísmo, y entonces la puerta pesada y cruel del velo de maya cae, y me permite contemplar por
unos instantes la belleza del pueblo que soñó el utópico. Pero las manchas de
mi camisa me distraen, y vuelve a armarse el velo de maya, y entro nuevamente en un mundo contaminado y egoísta, lleno
de deseo. Pero ya conocí el pueblo, y sé que si estoy atenta, puedo vivir en
él, pero sobre todo, que ya no me puedo hacer la loca e ignorar que existe.
Solo que pasaron algunos años sin ver a Tomás. Lo
sentí un poco cambiado en su voz. Le pregunté por su pueblo, y me dijo que
estaba todavía en los planos. Pero su fuerza no era la de antes. Me dijo que el
pueblo estaba andando, pero sin creerlo del todo, y yo lo sentí. La sangre se
me heló. Me di cuenta de que Tomás había dejado de soñar. Le seguí preguntando,
pero él solo me hablaba de que estaba consiguiendo plata para empezar a construirlo. En realidad, lo vi detrás de un aparato
telefónico. Estaba en un lugar en donde
hablaba más con un cajero de banco que conmigo. No era posible que nos
conectáramos. Solo le hablaba de transacciones, y de depósitos, y de
transferencias, y de créditos y débitos. Me alarmé. Parecía que a Tomás se le
hubiera olvidado que en el pueblo el dinero era lo de menos, y que siempre
sería más importante hablar con un amigo, sobre todo si se trataba de cómo iba
el pueblo. Vi a Tomás lejos de su sueño, contando monedas para construir el
pueblo, olvidando que el pueblo ya está construido, solo es cuestión de correr
el velo.