10 febrero 2017

El sueño del utópico

Era una hermosa mañana de sábado. El sol sabanero caía sobre nosotros dándonos esa sensación de calidez en nuestros cuerpos que tiene que ver más con estados de alma que con cualquier otra cosa. Nos montamos en mi carro, y lo acompañé hasta el lugar donde trabajaba. Varios días después, Tomás fue a visitarme a casa y allí, sentados en el sofá verde de cojines abullonados, empezó a contarme su misión.

-          Voy a habitar un pueblo –me dijo-.  Y el día que lo habite, o el día que comience su construcción, o en realidad, el día que quieras, puedes visitarlo. Siempre estarás invitada al pueblo, pues los habitantes del pueblo son seres que reciben con los brazos abiertos a todo aquel que quiera entrar, bien sea por necesidad de recibir, o por una necesidad de compartir, que es lo mismo pero a la inversa.


-          ¿Y cómo será tu pueblo? –le pregunté emocionada, sabiendo que a un hombre se le conoce por sus sueños-.
-          En el pueblo solo existirá una ley, y esa será la ley del amor. He descubierto que cuanto menos amor, el hombre tiene que construir más leyes. El espíritu del amor reinará en el corazón de los habitantes y por lo tanto no habrá gobernantes, pues cada uno se gobernará a sí mismo, sabiendo en cada instante las tareas que le corresponde realizar. Nadie tendrá que indicar qué hacer a otro, como tampoco nadie tendrá que preguntar qué hacer a otro, pues todos estarán conectados con el gran espíritu del orden del universo, y Él les manifestará por medio del pensamiento y de la emoción cada una de las tareas que se requieren en cada instante.  Entonces no habrá necesidad de leyes, pues como los hombres están conectados con el gran espíritu, sabrán qué está en su lugar y qué no.

Como cada hombre será responsable de sí mismo, no habrá política, ni religiones, y así no serán necesarios los líderes políticos ni religiosos. Entonces, como consecuencia, no habrá seguidores ni seguidos. En el pueblo todos trabajaremos por el bienestar de todos, en unidad y armonía. El hombre sabrá la justa medida de lo que requiere para su supervivencia, y no tomará nada más de lo que le corresponde, consciente de que si toma algo de más, estará causando un desequilibrio en la unidad, pues aunque no lo vea, está quitando a otro lo que le corresponde por ley.

-          ¿Y las casas? –le pregunté-. ¿Cómo serán las casas?

-          Serán construidas en armonía con los demás seres. Los hombres del pueblo sabremos que no somos los únicos en la tierra, y que existen muchos otros seres que tenemos que respetar. Por lo tanto, no se contaminarán las aguas con nuestros residuos del cuerpo, y no habrá basura, pues no se construirán cosas que no se puedan destruir biológicamente. En el pueblo se distribuirán los residuos en orgánicos e inorgánicos. Lo orgánico será entregado como comida a los patos, las gallinas, y las lombrices californianas que se encargarán de crear abono para las plantas. Los residuos inorgánicos serán mínimos, pues ya no existirá el plástico, y se retornará al sistema de canastos para ir a proveerse de lo necesario. No usaremos materiales contaminantes como el cemento, ni los sintéticos o químicos para construir y pintar nuestros hogares. Volveremos a construir casas de barro, y las pintaremos con pigmentos naturales dando vida y color a nuestros lugares.

-          ¿Y cómo organizarás el tema de la comida? –le pregunté.
-          Yo no organizaré nada. Todos sabremos qué hacer. Lo que he soñado, es que cada familia se encargará de un pedazo de parcela de tierra, la cual labrará de acuerdo con su capacidad de trabajo. La comida será comunitaria, y se compartirá todo lo que la tierra y los animales de campo provean.
-          ¿Y las otras cosas que se necesitan como ropa, y transporte?
-          La ropa será diseñada, tejida y elaborada por hombres y mujeres de la comunidad a quienes les guste este tipo de oficio. Algunas familias se concentrarán en hacer ropa,  otras a la madera, algunas a los metales, y otras a los oficios del campo. Pero todo se compartirá, pues nadie poseerá nada, aunque disfrutará de todo. Los viajes serán con sistemas de combustión no contaminantes. El hombre ha llegado a tales niveles de conocimiento técnico, que es capaz de construir vehículos que se alimenten con energía solar o incluso con agua.
-          ¿Y el dinero qué papel jugará aquí?
-          El dinero es lo de menos. El conflicto con el dinero es el valor adicional que se le ha dado. El dinero en sí no es bueno ni malo, es una energía que va fluyendo como el agua, y que sirve a quien lo necesite. El problema está en la codicia, y en el instinto egoísta de acapararlo, armando diques para tener más de lo necesario. Eso irremediablemente crea escasez en otros lugares, pues no permite que fluya con su propia conciencia. Los hombres que habitemos el pueblo tendremos que estar muy pendientes de observarnos permanentemente, para que cuando el instinto de acumulación se manifieste, nuestra conciencia pueda derrotarlo, para que la ley no se vea alterada.
-          No es que no crea en tu pueblo –le dije al utópico-. Muy por el contrario, yo también he tenido muchas veces ese mismo sueño. Y muchos otros que han pasado por esta casa. A todos se nos ha dicho utópicos, y entiendo por qué. Porque en realidad, todos los habitantes de la casa hemos tenido el mismo sueño, pero ver nuestra naturaleza egoísta nos hace desistir del sueño cuando crecemos, y nos volvemos como los seres “normales” que conforman el mundo, adaptándonos a lo instintivo, y olvidando lo consciente. Entonces, ¿cómo crees que se va a solucionar eso?
-          Cuando soñé la primera vez con el pueblo, armé mis maletas y me dirigí a empezar su construcción en un lugar del norte. Pero tan pronto como llegué me di cuenta de que mi camisa estaba llena de manchas negras, las manchas que da el egoísmo humano.   Entonces lo comprendí. El pueblo se formará solo, y día a día, cuando muchos empecemos por limpiar nuestra camisa de momento en momento. Cuando dejemos de echarle la culpa de nuestros conflictos a cosas externas, y nos hagamos responsables de los efectos de nuestras causas. ¿Sabes? Hay días en que ya mismo, aquí y ahora, logro habitar en el pueblo, días en que sé sonreír, y llorar, y sé compartir, días en que puedo escuchar, en que puedo comprender al otro antes de pedir que me comprendan. Hay días en que vivo en el pueblo en completa armonía, y es cuando mi corazón es capaz de amar, y de entregar sin pedir nada a cambio. Días en que soy consciente de observar mi codicia e invocar a mi conciencia para que elimine esa fuerza que me hace sufrir. Son minutos en que puedo penetrar al pueblo, momentos en que todo se manifiesta con total claridad y perfección, en armonía. Instantes en que puedo concentrarme en el ahora, y vivenciar plenamente lo verdadero, lo justo y lo útil, y estoy vigilante ante lo falso, lo injusto y lo inútil, para orar a mi Dios interior para que me ayude a disolverlo. Solo se trata de limpiar nuestra camisa de esas manchas, y el pueblo aparecerá ante nuestros ojos como por arte de magia, sin ningún esfuerzo.
-          Te creo –le dije- pues lo he vivenciado.

Y al lado se escuchó a un par de personas diciendo: “Están completamente locos, parece que no conocieran la naturaleza humana”.

Pero a ninguno de los dos nos importó. Seguimos hablando del pueblo durante meses. Algunas veces subidos en la montaña que conduce a La Calera, con nuestros brazos apoyados sobre la barda del mirador. Otras veces hablamos del pueblo echados en el pasto, cansados, después de jugar futbol con boñiga de vaca, y juagarnos de la risa de alegría, de esa alegría que da el compartir. Muchas otras, mientras observábamos el atardecer con el sol de los venados deleitándonos, y nosotros lo contemplábamos desde nuestro auto. Algunas veces, tendidos en una hamaca, meciéndonos mientras contábamos las estrellas nuevas en el firmamento. Otras más, viajando a conocer pueblos que intentaban externamente hacer el pueblo soñado.

Pero siempre, siempre, le creí a Tomás sobre la existencia de su pueblo, y le sigo creyendo, porque a veces mi conciencia le gana a mi egoísmo, y entonces la puerta pesada y cruel del velo de maya cae, y me permite contemplar por unos instantes la belleza del pueblo que soñó el utópico. Pero las manchas de mi camisa me distraen, y vuelve a armarse el velo de maya, y entro nuevamente en un mundo contaminado y egoísta, lleno de deseo. Pero ya conocí el pueblo, y sé que si estoy atenta, puedo vivir en él, pero sobre todo, que ya no me puedo hacer la loca e ignorar que existe.


Solo que pasaron algunos años sin ver a Tomás. Lo sentí un poco cambiado en su voz. Le pregunté por su pueblo, y me dijo que estaba todavía en los planos. Pero su fuerza no era la de antes. Me dijo que el pueblo estaba andando, pero sin creerlo del todo, y yo lo sentí. La sangre se me heló. Me di cuenta de que Tomás había dejado de soñar. Le seguí preguntando, pero él solo me hablaba de que estaba consiguiendo plata para empezar a construirlo.  En realidad, lo vi detrás de un aparato telefónico. Estaba en  un lugar en donde hablaba más con un cajero de banco que conmigo. No era posible que nos conectáramos. Solo le hablaba de transacciones, y de depósitos, y de transferencias, y de créditos y débitos. Me alarmé. Parecía que a Tomás se le hubiera olvidado que en el pueblo el dinero era lo de menos, y que siempre sería más importante hablar con un amigo, sobre todo si se trataba de cómo iba el pueblo. Vi a Tomás lejos de su sueño, contando monedas para construir el pueblo, olvidando que el pueblo ya está construido, solo es cuestión de correr el velo.

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