11 febrero 2017

Mariposas Amarillas


“Bueno, lo que tú debías hacer, es preguntarle a las mariposas amarillas,  a ver ellas que opinan”. Esta frase me la dijo Esteban echado en su cama, mientras se fumaba el cigarro de antes de dormir, un poco desesperado con mis preguntas y mis contradicciones, sin saber que en realidad, el árbol de en frente de mi casa estaba poblado por esos días de cientos de mariposas amarillas, a las que sin duda, yo les preguntaría.

Llevamos varias vidas discutiendo sobre lo mismo. A veces él dice que todo es azar (dados en árabe) y que el orden es aparente, que el caos es lo que impera en el universo. A veces yo digo que el caos es aparente, que es el orden lo que impera en el universo. A veces él dice lo que digo yo, y yo lo que dice él. Varias veces hemos peleado, discutido, nos hemos puesto bravos, bravísimos. Una vez, estando en una cena, hablando del mismo tema, pero orientado al libre albedrío, un cura le dijo que el libre albedrío era un hecho (¿o sea que imperaba el caos?) y Esteban le dijo:


-         Si, tanto como tiene la posibilidad de volar de un palo a otro en una pequeña jaula, un pájaro atrapado.

El cura se levantó de la mesa indignado y dijo:

-         Carajo, me acabo de levantar de la mesa, eso quiere decir que tengo libre albedrío, y que puedo irme cuando yo quiera.

Con esto, sin darse cuenta, estaba ratificando la opinión del otro; pero para calmarlo, y no estropear la cena, que tanto trabajo había costado,  el otro le dijo:

- Siéntese padre, ¿Quiere un postre?

Y se pusieron entonces a hablar de pintores; un tema más amable, y más sencillo tal vez. Un tema sin oposiciones, a no ser que uno de los interlocutores sea fanático de Botero, y el otro lo odie, entonces sí sería mejor hablar del caos, y del orden, siempre que los dos piensen lo mismo y se complementen, o que los conceptos no los tengan tan arraigados que no los permitan escuchar que el otro dice lo mismo que uno, pero al revés, o el complemento, que en síntesis hace la unidad.

Me puse a observarlas, a las mariposas, a tratar de encontrar entonces qué era lo que quería Esteban que les preguntara. Existía tal vez un orden, en el entendido  de que las mariposas llegaban solamente en junio a posarse en el árbol de tamarindo, o más exactamente en sus frondosas flores rojas intensas. No sé si en otro mes también lleguen a hacer lo mismo, solo llevo 6 meses observando el árbol, y hasta ahora las veo. No sé si en otra ocasión, tal vez en otro mes, o en otro día, han venido hasta aquí a tomar del polen del árbol de tamarindo. No podría entonces afirmar que en el árbol de tamarindo las mariposas amarillas solamente llegan en junio, pues no sé qué pasa de julio a diciembre, ya que solo he estado en esta ventana de enero a junio. Pero lo que sí puedo decir, es que en los otros meses que he estado aquí, no habían llegado. ¿Y por qué? -Me pregunto yo-, de tal forma que ellas puedan escuchar mi pregunta.

-         ¿Y tú nos preguntas a nosotras? No, nosotras no tenemos ni idea, tal vez puedas saberlo tú.

Ella, la más vieja, se acerca, saca su lengua, chupa del polen de la flor roja del árbol de tamarindo, luego se acerca a mi ventana, mira hacia adentro por entre el cristal, se estrella un poco con este elemento, y al final, se escapa nuevamente a su flor.

Me echo en la hamaca, reflexiono un poco, y caigo en un sueño, o en una realidad.

Llegamos en enero a esta nueva casa. En frente de nosotros vimos dos árboles, no sabíamos de qué. Uno se veía más muerto que el otro, de eso no cabe duda. Pero el otro… No se sabía si estaba muriendo, o qué. Se podían contar sus hojas con 3 dedos de las manos, y el verde era tan pálido, que uno sentía pena. Así fue durante varios meses. La vida del árbol estaba más animada por un pájaro carpintero con mechón rojo, que llegaba sagradamente cada mañana a despertarnos con su picoteo. De resto, los árboles no parecían tener animación, ni nada por el estilo. Algún día vimos a un búho en la noche, aunque esto no parece tener que ver con la historia. Bueno, el tiempo pasó, y un día, de repente, nos sorprendimos al ver que el árbol tenía cientos de retoños verdes, que salían de un lado y del otro. Hacía más o menos 15 días había caído el primer aguacero, después de una sequía intensa de 6 meses. A los pocos días, las hojas del árbol ya tapaban la vista al mar, y eran tantas que hasta nos confundimos, y pensamos que el árbol vecino sí tenía vida. Nos equivocamos, y ya mirando con más detenimiento, pudimos entender que el árbol vecino estaba definitivamente muerto, o más bien, servía de casa al pájaro carpintero que veíamos por las mañanas, así que de todas maneras no estaba tan muerto, o tan inútil. A los pocos días (pues no todos los días observaba, debo advertirlo) el árbol se llenó de flores rojas, y luego las vi llegar a ellas, o tal vez ya hace algunos días estaban. Rodeaban todo el árbol. Ahí fue que entendí que las mariposas solamente llegaban en junio, o por lo menos solo llegaban en junio, si se tomaba el año de enero a junio. Y que la explicación era la lluvia, o el verde de las hojas cuando tapaban la vista al mar, o las flores rojas que borbotaban en el árbol viejo, o el clima, o los vientos, o todo junto, o no sé qué.


Más tarde escuché a un par de ellas, de las amarillas, entonando un canto de plegaria al mar: “Gracias padre y madre a la vez, pues nos has puesto por destino este árbol, lleno de frutos y de flores a donde podamos alimentarnos”. Y con su canto y con su plegaria, y con sus lenguas componiendo canciones, elevaban un canto tan profundo, que algo pasó en el universo, pero que mis ojos no alcanzaron a observar. 

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