Llevamos varias vidas discutiendo sobre lo mismo. A
veces él dice que todo es azar (dados en árabe) y que el orden es aparente, que
el caos es lo que impera en el universo. A veces yo digo que el caos es
aparente, que es el orden lo que impera en el universo. A veces él dice lo que
digo yo, y yo lo que dice él. Varias veces hemos peleado, discutido, nos hemos
puesto bravos, bravísimos. Una vez, estando en una cena, hablando del mismo
tema, pero orientado al libre albedrío, un cura le dijo que el libre albedrío
era un hecho (¿o sea que imperaba el caos?) y Esteban le dijo:
-
Si, tanto como tiene la posibilidad de volar de un palo a otro en una pequeña
jaula, un pájaro atrapado.
El cura se levantó de la mesa indignado y dijo:
-
Carajo, me acabo de levantar de la mesa, eso quiere decir que tengo libre
albedrío, y que puedo irme cuando yo quiera.
Con esto, sin darse cuenta, estaba ratificando la
opinión del otro; pero para calmarlo, y no estropear la cena, que tanto trabajo
había costado, el otro le dijo:
- Siéntese padre, ¿Quiere un postre?
Y se pusieron entonces a hablar de pintores; un tema
más amable, y más sencillo tal vez. Un tema sin oposiciones, a no ser que uno
de los interlocutores sea fanático de Botero, y el otro lo odie, entonces sí
sería mejor hablar del caos, y del orden, siempre que los dos piensen lo mismo
y se complementen, o que los conceptos no los tengan tan arraigados que no los
permitan escuchar que el otro dice lo mismo que uno, pero al revés, o el
complemento, que en síntesis hace la unidad.
Me puse a observarlas, a las mariposas, a tratar de
encontrar entonces qué era lo que quería Esteban que les preguntara. Existía
tal vez un orden, en el entendido de que
las mariposas llegaban solamente en junio a posarse en el árbol de tamarindo, o
más exactamente en sus frondosas flores rojas intensas. No sé si en otro mes
también lleguen a hacer lo mismo, solo llevo 6 meses observando el árbol, y
hasta ahora las veo. No sé si en otra ocasión, tal vez en otro mes, o en otro
día, han venido hasta aquí a tomar del polen del árbol de tamarindo. No podría
entonces afirmar que en el árbol de tamarindo las mariposas amarillas solamente
llegan en junio, pues no sé qué pasa de julio a diciembre, ya que solo he
estado en esta ventana de enero a junio. Pero lo que sí puedo decir, es que en
los otros meses que he estado aquí, no habían llegado. ¿Y por qué? -Me pregunto
yo-, de tal forma que ellas puedan escuchar mi pregunta.
- ¿Y
tú nos preguntas a nosotras? No, nosotras no tenemos ni idea, tal vez puedas
saberlo tú.
Ella, la más vieja, se acerca, saca su lengua, chupa
del polen de la flor roja del árbol de tamarindo, luego se acerca a mi ventana,
mira hacia adentro por entre el cristal, se estrella un poco con este elemento,
y al final, se escapa nuevamente a su flor.
Me echo en la hamaca, reflexiono un poco, y caigo en
un sueño, o en una realidad.
Llegamos en enero a esta nueva casa. En frente de
nosotros vimos dos árboles, no sabíamos de qué. Uno se veía más muerto que el
otro, de eso no cabe duda. Pero el otro… No se sabía si estaba muriendo, o qué.
Se podían contar sus hojas con 3 dedos de las manos, y el verde era tan pálido,
que uno sentía pena. Así fue durante varios meses. La vida del árbol estaba más
animada por un pájaro carpintero con mechón rojo, que llegaba sagradamente cada
mañana a despertarnos con su picoteo. De resto, los árboles no parecían tener
animación, ni nada por el estilo. Algún día vimos a un búho en la noche, aunque
esto no parece tener que ver con la historia. Bueno, el tiempo pasó, y un día,
de repente, nos sorprendimos al ver que el árbol tenía cientos de retoños
verdes, que salían de un lado y del otro. Hacía más o menos 15 días había caído
el primer aguacero, después de una sequía intensa de 6 meses. A los pocos días,
las hojas del árbol ya tapaban la vista al mar, y eran tantas que hasta nos
confundimos, y pensamos que el árbol vecino sí tenía vida. Nos equivocamos, y
ya mirando con más detenimiento, pudimos entender que el árbol vecino estaba
definitivamente muerto, o más bien, servía de casa al pájaro carpintero que
veíamos por las mañanas, así que de todas maneras no estaba tan muerto, o tan
inútil. A los pocos días (pues no todos los días observaba, debo advertirlo) el
árbol se llenó de flores rojas, y luego las vi llegar a ellas, o tal vez ya
hace algunos días estaban. Rodeaban todo el árbol. Ahí fue que entendí que las
mariposas solamente llegaban en junio, o por lo menos solo llegaban en junio,
si se tomaba el año de enero a junio. Y que la explicación era la lluvia, o el
verde de las hojas cuando tapaban la vista al mar, o las flores rojas que
borbotaban en el árbol viejo, o el clima, o los vientos, o todo junto, o no sé
qué.
Más tarde escuché a un par de ellas, de las
amarillas, entonando un canto de plegaria al mar: “Gracias padre y madre a la
vez, pues nos has puesto por destino este árbol, lleno de frutos y de flores a
donde podamos alimentarnos”. Y con su canto y con su plegaria, y con sus
lenguas componiendo canciones, elevaban un canto tan profundo, que algo pasó en
el universo, pero que mis ojos no alcanzaron a observar.