Aquella era la mariposa más bella que Santiago había contemplado jamás.
Sobre el papel, sus alas temblaban en el aire límpido de una tarde primaveral
de Moscú. Los trazos de color fucsia danzaban en semicírculos perfectos, en
cuyos espacios palpitaban pequeños círculos de colores verdes y amarillos. La
mariposa se movía desde su lugar de origen, en una mutación de formas y
brillos, hasta volverse una bella danzarina en el aire, que buscaba alcanzar el
sol color violeta que emanaba rayos profundos iluminando toda la hoja de papel.
Ella representaba el amor, las flores, la transformación de la
naturaleza, la vida y su continuo movimiento. Desde e el corazón, Santiago le
expresó a su hija de cinco años: ¡Qué hermoso! ¡Es el cuadro más lindo que
jamás he visto! Y en realidad lo era. Por un instante, aquel pedazo de papel,
pintado por una niña, lo había hecho transportarse por unos segundos eternos a aquel
mundo mágico que sólo le pertenece a los niños.
Pasó un año, y caminaban por la plaza de Milán. El padre había recorrido
casi todos los museos importantes del mundo y frente a él había tenido las obras de los íconos más representativos
de la historia de la humanidad. Había estudiado durante años las obras de arte
antiguas, modernas y contemporáneas y se había dejado extasiar por la
disciplina de aquellos artistas, que dejaron en sus obras plasmadas horas de
intentar revelar el misterio divino y humano de la forma más nítida posible.
En un momento, mientras paseaban con su hija, observó una escultura de
Da Vinci, y emocionado por lo que éste hombre había significado para el mundo,
se apresuró a compartir su estado intimo con la niña. La llevó enfrente de la
escultura, que para ella sólo significaba un pedazo de piedra sin ningún motivo
especial aparente para tanta alegría de su padre. Sin embargo, muy atenta le
escuchó su cátedra sobre aquel hombre que había marcado tanto la humanidad, y
sobre la cantidad de obras bellas y famosas que él había dejado a lo largo de
su vida.
Una vocecita protestó:
- - ¿Más bellas
que mis pinturas?
Santiago no quería decir mentiras y tampoco contestar
a la ligera. Hizo una pausa de tres segundos, el tiempo que uno tarda en no
responder a la loca, sino conectarse con su conciencia para responder lo más
fielmente a la verdad. Entonces le dijo:
-
- - Para mí,
las tuyas son las más lindas. Pero si vamos a preguntarle a muchos seres
humanos a lo largo de la humanidad, tal vez ellos dirían que las de Da Vinci
son más hermosas.
La niña lo pensó por un instante, y respondió:
- - Pues
entonces, yo quiero conocer esas pinturas que él pintó.
Santiago le prometió que tan pronto como llegaran a
Moscú le mostraría las obras más famosas del pintor.
Luego de una semana, al regresar a casa, la primera
cosa que pidió la niña fue el cumplimiento de la promesa de su padre.
-
- Papi,
muéstrame por favor las pinturas que me prometiste.
Santiago desempolvó el libro de historia del arte, que había dejado de
ser usado por más de seis años, desde que se había dedicado a recorrer las más
misteriosas y profundas creaciones de su hija. Desde sus primeras manitas
dibujadas en un papel, hasta aquella mariposa, y otros cientos de dibujos que
decoraban la sala de la casa durante los últimos años.
La niña se sentó atenta a mirar con su padre el libro. Santiago comenzó por “La última cena”. Los
ojos de la niña se fueron profundamente a cada uno de los integrantes.
Recorrieron la mesa, los alimentos, y nada le causó ningún estremecimiento a su
corazón. Miró a su padre, y sin querer lastimarlo, le dijo:
-
¿Eso es
lindo? ¡Es horrible!
Santiago intentó con “La Monalisa” y la niña reaccionó de la misma
manera. Entonces, recordó un cuadro no tan famoso, de una mujer con una oveja
en su regazo. La niña se detuvo por unos instantes en el cuadro y le recorrió minuciosamente
y con interés. Finalmente expresó:
-
¡Éste si,
tal vez, pero sólo la ovejita!
Entonces Santiago recordó aquel refrán ruso que dice: “En los labios de los niños, reina la
verdad”.
Aquella era la mariposa más bella que Santiago había contemplado jamás.
Sobre el papel, sus alas temblaban en el aire límpido de una tarde primaveral
de Moscú. Los trazos de color fucsia danzaban en semicírculos perfectos, en
cuyos espacios palpitaban pequeños círculos de colores verdes y amarillos. La
mariposa se movía desde su lugar de origen, en una mutación de formas y
brillos, hasta volverse una bella danzarina en el aire, que buscaba alcanzar el
sol color violeta que emanaba rayos profundos iluminando toda la hoja de papel.
Ella representaba el amor, las flores, la transformación de la
naturaleza, la vida y su continuo movimiento. Desde e el corazón, Santiago le
expresó a su hija de cinco años: ¡Qué hermoso! ¡Es el cuadro más lindo que
jamás he visto! Y en realidad lo era. Por un instante, aquel pedazo de papel,
pintado por una niña, lo había hecho transportarse por unos segundos eternos a aquel
mundo mágico que sólo le pertenece a los niños.
Pasó un año, y caminaban por la plaza de Milán. El padre había recorrido
casi todos los museos importantes del mundo y frente a él había tenido las obras de los íconos más representativos
de la historia de la humanidad. Había estudiado durante años las obras de arte
antiguas, modernas y contemporáneas y se había dejado extasiar por la
disciplina de aquellos artistas, que dejaron en sus obras plasmadas horas de
intentar revelar el misterio divino y humano de la forma más nítida posible.
En un momento, mientras paseaban con su hija, observó una escultura de
Da Vinci, y emocionado por lo que éste hombre había significado para el mundo,
se apresuró a compartir su estado intimo con la niña. La llevó enfrente de la
escultura, que para ella sólo significaba un pedazo de piedra sin ningún motivo
especial aparente para tanta alegría de su padre. Sin embargo, muy atenta le
escuchó su cátedra sobre aquel hombre que había marcado tanto la humanidad, y
sobre la cantidad de obras bellas y famosas que él había dejado a lo largo de
su vida.
Una vocecita protestó:
- - ¿Más bellas
que mis pinturas?
Santiago no quería decir mentiras y tampoco contestar
a la ligera. Hizo una pausa de tres segundos, el tiempo que uno tarda en no
responder a la loca, sino conectarse con su conciencia para responder lo más
fielmente a la verdad. Entonces le dijo:
-
- - Para mí,
las tuyas son las más lindas. Pero si vamos a preguntarle a muchos seres
humanos a lo largo de la humanidad, tal vez ellos dirían que las de Da Vinci
son más hermosas.
La niña lo pensó por un instante, y respondió:
- - Pues
entonces, yo quiero conocer esas pinturas que él pintó.
Santiago le prometió que tan pronto como llegaran a
Moscú le mostraría las obras más famosas del pintor.
Luego de una semana, al regresar a casa, la primera cosa que pidió la niña fue el cumplimiento de la promesa de su padre.
-
- Papi,
muéstrame por favor las pinturas que me prometiste.
Santiago desempolvó el libro de historia del arte, que había dejado de
ser usado por más de seis años, desde que se había dedicado a recorrer las más
misteriosas y profundas creaciones de su hija. Desde sus primeras manitas
dibujadas en un papel, hasta aquella mariposa, y otros cientos de dibujos que
decoraban la sala de la casa durante los últimos años.
La niña se sentó atenta a mirar con su padre el libro. Santiago comenzó por “La última cena”. Los
ojos de la niña se fueron profundamente a cada uno de los integrantes.
Recorrieron la mesa, los alimentos, y nada le causó ningún estremecimiento a su
corazón. Miró a su padre, y sin querer lastimarlo, le dijo:
-
¿Eso es
lindo? ¡Es horrible!
Santiago intentó con “La Monalisa” y la niña reaccionó de la misma
manera. Entonces, recordó un cuadro no tan famoso, de una mujer con una oveja
en su regazo. La niña se detuvo por unos instantes en el cuadro y le recorrió minuciosamente
y con interés. Finalmente expresó:
-
¡Éste si,
tal vez, pero sólo la ovejita!
Entonces Santiago recordó aquel refrán ruso que dice: “En los labios de los niños, reina la verdad”.