17 enero 2017

La verdadera belleza

Aquella era la mariposa más bella que Santiago había contemplado jamás. Sobre el papel, sus alas temblaban en el aire límpido de una tarde primaveral de Moscú. Los trazos de color fucsia danzaban en semicírculos perfectos, en cuyos espacios palpitaban pequeños círculos de colores verdes y amarillos. La mariposa se movía desde su lugar de origen, en una mutación de formas y brillos, hasta volverse una bella danzarina en el aire, que buscaba alcanzar el sol color violeta que emanaba rayos profundos iluminando toda la hoja de papel.

Ella representaba el amor, las flores, la transformación de la naturaleza, la vida y su continuo movimiento. Desde e el corazón, Santiago le expresó a su hija de cinco años: ¡Qué hermoso! ¡Es el cuadro más lindo que jamás he visto! Y en realidad lo era. Por un instante, aquel pedazo de papel, pintado por una niña, lo había hecho transportarse por unos segundos eternos a aquel mundo mágico que sólo le pertenece a los niños.


Pasó un año, y caminaban por la plaza de Milán. El padre había recorrido casi todos los museos importantes del mundo y frente a él había tenido  las obras de los íconos más representativos de la historia de la humanidad. Había estudiado durante años las obras de arte antiguas, modernas y contemporáneas y se había dejado extasiar por la disciplina de aquellos artistas, que dejaron en sus obras plasmadas horas de intentar revelar el misterio divino y humano de la forma más nítida posible.
En un momento, mientras paseaban con su hija, observó una escultura de Da Vinci, y emocionado por lo que éste hombre había significado para el mundo, se apresuró a compartir su estado intimo con la niña. La llevó enfrente de la escultura, que para ella sólo significaba un pedazo de piedra sin ningún motivo especial aparente para tanta alegría de su padre. Sin embargo, muy atenta le escuchó su cátedra sobre aquel hombre que había marcado tanto la humanidad, y sobre la cantidad de obras bellas y famosas que él había dejado a lo largo de su vida.

Una vocecita protestó:

-         -  ¿Más bellas que mis pinturas?

Santiago no quería decir mentiras y tampoco contestar a la ligera. Hizo una pausa de tres segundos, el tiempo que uno tarda en no responder a la loca, sino conectarse con su conciencia para responder lo más fielmente a la verdad. Entonces le dijo:
-          
-      - Para mí, las tuyas son las más lindas. Pero si vamos a preguntarle a muchos seres humanos a lo largo de la humanidad, tal vez ellos dirían que las de Da Vinci son más hermosas.

La niña lo pensó por un instante, y respondió:

-          - Pues entonces, yo quiero conocer esas pinturas que él pintó.

Santiago le prometió que tan pronto como llegaran a Moscú le mostraría las obras más famosas del pintor.

Luego de una semana, al regresar a casa, la primera cosa que pidió la niña fue el cumplimiento de la promesa de su padre.
-          
      - Papi, muéstrame por favor las pinturas que me prometiste.

Santiago desempolvó el libro de historia del arte, que había dejado de ser usado por más de seis años, desde que se había dedicado a recorrer las más misteriosas y profundas creaciones de su hija. Desde sus primeras manitas dibujadas en un papel, hasta aquella mariposa, y otros cientos de dibujos que decoraban la sala de la casa durante los últimos años.

La niña se sentó atenta a mirar con su padre el libro.  Santiago comenzó por “La última cena”. Los ojos de la niña se fueron profundamente a cada uno de los integrantes. Recorrieron la mesa, los alimentos, y nada le causó ningún estremecimiento a su corazón. Miró a su padre, y sin querer lastimarlo, le dijo:

-          ¿Eso es lindo? ¡Es horrible!

Santiago intentó con “La Monalisa” y la niña reaccionó de la misma manera. Entonces, recordó un cuadro no tan famoso, de una mujer con una oveja en su regazo. La niña se detuvo por unos instantes en el cuadro y le recorrió minuciosamente y con interés. Finalmente expresó:

-          ¡Éste si, tal vez, pero sólo la ovejita!

Entonces Santiago recordó aquel refrán ruso que dice: “En los labios de los niños, reina la verdad”.

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