26 diciembre 2016

Una sociedad cuantificada, en donde la felicidad no se puede medir.


Resultado de imagem para indicadoresEl problema del tema económico en nuestro tiempo, es que al relacionar la economía con dinero, las personas necesariamente tienden a tener una MEDIDA de la economía, lo cual resulta totalmente imposible para una ciencia social. 

Este aspecto lo entendí cuando trabajé para el Ministerio de Educación Nacional. Allí me fue asignado el macro-proceso misional de Calidad Educativa, en donde pronto me vi encadenada en MEDIDAS que pudieran hacer cuantificable, algo que económicamente en su totalidad, no es cuantificable. 

El programa debía reflejar a través de indicadores de evaluaciones, cómo se iba mejorando la calidad, mediante los resultados de las pruebas ICFES y SABER. Ya bien avanzado el proyecto, me hallé metida entre cientos de cuadros que pudieran establecer el crecimiento en la calidad educativa. Me vi entonces años atrás, siendo yo misma medida a través de esos indicadores, con los resultados de mi colegio y mi universidad, que fueron buenos. A la vez, afectivamente mi vida fue un desastre, y las drogas y el alcohol fueron refugio para cientos de frustraciones en un momento de una intensa crisis de valores que atravesé. ¿Cómo quedó registrada esa medida? ¿Aparecí después en alguna estadística como la misma que resultó con unos niveles altos de una supuesta calidad educativa? No, estoy completamente segura que no. En economía, lo que se puede medir es tan solo un aspecto, nunca la totalidad de lo humano.

Es imposible cuantificar lo hermoso, lo bello, lo equilibrado y lo justo, así como tampoco se puede cuantificar el dolor, el egoísmo, la ansiedad. Sociedades modernas llamadas “desarrolladas” presentan niveles de miseria, soledad e infelicidad humana, tal vez mucho más fuertes que en los países “subdesarrollados”. La administración de la casa, o la economía, no puede abstraerse de esto. No podemos decir que la economía está alejada de la política, o alejada de los demás aspectos humanos o sociales o ambientales.

Durante seis años que trabajé en el sector financiero, conocí cientos de personas trabajando mecánicamente, solamente por un sueldo para sobrevivir, o personas ubicadas en lugares en donde eran plenamente infelices, pero sin la fuerza para retirarse por la necesidad de cubrir los créditos adquiridos. El porcentaje de gente feliz laboralmente es mínimo, y algunas de estas personas que están muy bien con su puesto, por otro lado tienen un matrimonio al borde de la destrucción, o destruido por causa del trabajo. Esto es antieconómico, y sin embargo, los estados financieros de la empresa en la cual trabajé, tras quince años de haberme retirado parecen ser “rentables económicamente” a costa de la miseria humana que habita en los pasillos donde estas personas habitan 40 horas a la semana.

Volviendo al tema de la mujer y su esposo pintor que traté en el artículo de la ética social, la cantidad de dinero aportado en la casa no fue suficiente para el hermano, pero él no vio las cosas que pasaron, que no pueden ser cuantificables en ningún estado financiero, tal como la transmisión del cultura, o el arte, o el compartir instantes para comunicarse a través de los sentimientos humanos.

¿Qué es cuantificable, y qué no? En términos de cifras económicas, podríamos afirmar que Bogotá ha crecido económicamente en los últimos 30 años. Sin embargo, en términos de calidad, ¿en qué ciudad preferiríamos vivir? Hace 30 años el aire que respirábamos era mucho más puro que el de hoy. No existían los carros de basura. En el fondo del patio se echaban los desechos orgánicos, la leche era recargada en tambos todos los días, y no existía trancón. ¿En qué ciudad preferiría usted vivir? ¿Realmente hemos mejorado?, o simplemente nos hemos dejado obnubilar por la idea de avance “económico” olvidándonos de nosotros mismos, y escondiendo la belleza, reemplazándola por una supuesta comodidad.

¿Cómo se puede medir el bienestar? No podemos separar las ciencias para medir el bienestar de una sociedad. No podemos separar la belleza, la justicia y la armonía, la filosofía, de la política, ni de la economía, ni de la sociología. En los países se mide desarrollo en términos de solo una pequeña parte de cifras, pero no de la totalidad de las condiciones en que cada una de las personas, animales y recursos como el agua, el aire y la tierra viven.

Se hace urgente juzgar los procesos económicos ampliando el campo de aplicación de la economía. Algo que produce dinero, pero que daña el aire, el agua, que agota recursos no renovables, que afecta las relaciones humanas, genera servilismo y frustración, no puede ser juzgado por la sociedad como “económico”.

La integración de las ciencias sociales se hace indispensable si queremos realmente entrar a una era conciente. Los procesos económicos tienen que ser a la vez sostenibles, sustentables, morales, éticos, sociales y justos, no solo para todos los hombres, sino también para su entorno. Pretender alejar la economía de la moral y de la ética social, o de lo humano, resulta una deformación social que nos pone en condiciones peores a las de cualquier especie animal. Si observamos especies animales, podemos ver que en ellas prima el clan, la familia, o la especie. Luego del clan, la familia o especie, ninguna especie, ni animal ni vegetal, atenta contra otra especie porque si, solo para acumular, como lo hacemos nosotros.

Lo que resulta monetariamente viable, es aceptado por los gobiernos como impulsor de trabajo y de la economía, sin evaluar el impacto social. Alejamos la política de la economía, y los gobiernos parecen dar la espalda y asegurar que no es bueno el “paternalismo”, pues cada hombre debe ser responsable de su propio destino mediante el trabajo. Uno escucha en las era moderna frases como “que trabaje, ese es un vago..:”, o “a mí me ha costado mucho lo que tengo…” Pero nadie ve las condiciones mentales que provoca nuestra sociedad. Las personas con menos ingresos nacen, crecen y copian modelos de comportamiento, en donde se sienten inferiores, o en donde no “ven” otra forma de subsistencia que la que han desarrollado por instinto: recoger basura, limpiar o cuidar carros etc. De la misma manera, quienes tienen condiciones diferentes, no ven otra forma de vivir que la propia, y subvaloran el trabajo de quienes están en los menores estratos. Y cada uno está tan anquilosado en su propia experiencia, que es incapaz de ver realmente la situación del otro, y no se está dispuesto a moverse un centímetro para tratar de equilibrar la circunstancia. Tampoco los gobiernos. Ellos están acostumbrados a que sean tildados de buenos mientras se garanticen las condiciones mínimas de seguridad, de vida, y entretanto se pueda garantizar la libertad de la propiedad privada y la acumulación de bienes de capital. En general, en los países de América, la gente del común asocia “comunismo”, “justicia social”, o “socialismo” directamente a guerrilla, a balas, a dictadura, locura o tiranía. ¿Podemos estar tan dormidos para tamaño absurdo? Lo que pasa es que estamos tan acostumbrados a nuestro egoísmo, que nadie que “tenga” algo está dispuesto a cooperar con quien no “tenga”.

Las ideas de “cooperar”, “compartir”, “solidaridad”, están siendo tan extirpadas de nuestra convivencia social, que si un presidente quiere que esas palabras se instauren en el terreno de la vida práctica, le toca hacerlo mediante medidas extremas que inevitablemente tocan el bolsillo de algunos. Pero no nos damos cuenta. Llamamos dictador al presidente, pero no percibimos que con nuestro excesivo consumo, con nuestra explotación mediante pagos injustos a quienes trabajan con nosotros, con nuestro desentendimiento de los problemas del vecino, somos nosotros los más salvajes, somos las personas más inescrupulosas y faltas de moral y de ética. Pero no pasa nada, es el mercado, es la religión del dinero que nos ampara, y nos hace creer que estamos por el camino del bien, directo a la gloria del reconocimiento.’

Somos una comunidad desde nuestra familia. Supongamos que en la familia existe determinada cantidad de dinero diario que se recibe por parte de los padres, y que ese dinero fuera distribuido en forma distinta por los padres: uno de los hijos come,  y el otro no. Uno de los hijos está siendo educado en un colegio, y el otro no está en ninguno. Uno se enferma y tiene a donde ir, el otro no. ¿Cuál es la función de cualquier estado? ¿Hasta dónde el estado debe garantizar, y hasta dónde el individuo debe valerse por sí mismo? Esa pregunta me parece, que como toda esta reflexión, debe ser respondida por cada uno, y generar las acciones pertinentes, de acuerdo con la propia conciencia y capacidad de reflexión.

Nadie está dispuesto a sacrificar nada por el otro, y ese estado humano no es cuantificable. Creo que como decía Quino: “Lo único que me preocupa es bajar los índices de egoísmo”. Sólo de esa manera, seremos capaces de mirarnos de nuevo a los ojos, arremangarnos, y comenzar a trabajar juntos, no como individuos, sino como comunidades que busquen alternativas posibles de un mundo que nos contenga a todos.


Porque la idea de que el ser es egoísta por naturaleza es una idea impuesta y sostenida. La naturaleza humana es comunitaria, es sólo darle un vistazo a las comunidades que se han sostenido a pesar de la barbarie humana. Y la convivencia armónica en la comunidad es la que genera seres humanos más felices y profundamente conectados. Todos lo hemos experimentado alguna vez, aunque nuestra sensación nunca haya sido establecida en la estadística de desarrollo o bienestar de ningún país, y aunque todos lo sepamos, sobre todo los publicistas, que se aprovechan de esa verdad universal para vender sus productos y sostener un sistema de dominación y apropiación de los valores intrínsecos en el ser humano para beneficio de las marcas y los negocios.   Un cambio fundamental implicará una mirada comunitaria del proceso de existir, volviendo a trabajar por aspectos inconmensurables, no por resultados de un frío indicador de cifras en dinero. Para ello, requerimos despertar nuestra creatividad y arriesgarnos un poco a la incertidumbre. 

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