El problema del tema económico en
nuestro tiempo, es que al relacionar la economía con dinero, las personas
necesariamente tienden a tener una MEDIDA de la economía, lo cual resulta
totalmente imposible para una ciencia social.
Este aspecto lo entendí cuando trabajé para
el Ministerio de Educación Nacional. Allí me fue asignado el macro-proceso
misional de Calidad Educativa, en donde pronto me vi encadenada en MEDIDAS que
pudieran hacer cuantificable, algo que económicamente en su totalidad, no es cuantificable.
El
programa debía reflejar a través de indicadores de evaluaciones, cómo se iba
mejorando la calidad, mediante los resultados de las pruebas ICFES y SABER. Ya
bien avanzado el proyecto, me hallé metida entre cientos de cuadros que
pudieran establecer el crecimiento en la calidad educativa. Me vi entonces años
atrás, siendo yo misma medida a través de esos indicadores, con los resultados
de mi colegio y mi universidad, que fueron buenos. A la vez, afectivamente mi vida fue un desastre, y las drogas y el alcohol fueron refugio
para cientos de frustraciones en un momento de una intensa crisis de valores
que atravesé. ¿Cómo quedó registrada esa medida? ¿Aparecí después en alguna
estadística como la misma que resultó con unos niveles altos de una supuesta
calidad educativa? No, estoy completamente segura que no. En economía, lo que
se puede medir es tan solo un aspecto, nunca la totalidad de lo humano.
Es imposible cuantificar lo hermoso, lo bello, lo equilibrado y lo justo, así como tampoco se puede cuantificar el dolor, el egoísmo, la ansiedad. Sociedades modernas llamadas “desarrolladas” presentan niveles de miseria, soledad e infelicidad humana, tal vez mucho más fuertes que en los países “subdesarrollados”. La administración de la casa, o la economía, no puede abstraerse de esto. No podemos decir que la economía está alejada de la política, o alejada de los demás aspectos humanos o sociales o ambientales.
Durante seis años que trabajé en el
sector financiero, conocí cientos de personas trabajando mecánicamente,
solamente por un sueldo para sobrevivir, o personas ubicadas en lugares en
donde eran plenamente infelices, pero sin la fuerza para retirarse por la
necesidad de cubrir los créditos adquiridos. El porcentaje de gente feliz
laboralmente es mínimo, y algunas de estas personas que están muy bien con su
puesto, por otro lado tienen un matrimonio al borde de la destrucción, o
destruido por causa del trabajo. Esto es antieconómico, y sin embargo, los
estados financieros de la empresa en la cual trabajé, tras quince años de
haberme retirado parecen ser “rentables económicamente” a costa de la miseria
humana que habita en los pasillos donde estas personas habitan 40 horas a la
semana.
Volviendo al tema de la mujer y su
esposo pintor que traté en el artículo de la ética social, la cantidad de
dinero aportado en la casa no fue suficiente para el hermano, pero él no vio
las cosas que pasaron, que no pueden ser cuantificables en ningún estado
financiero, tal como la transmisión del cultura, o el arte, o el compartir instantes para comunicarse a través de los sentimientos
humanos.
¿Qué es cuantificable, y qué no? En
términos de cifras económicas, podríamos afirmar que Bogotá ha crecido
económicamente en los últimos 30 años. Sin embargo, en términos de calidad, ¿en
qué ciudad preferiríamos vivir? Hace 30 años el aire que respirábamos era mucho
más puro que el de hoy. No existían los carros de basura. En el fondo del patio
se echaban los desechos orgánicos, la leche era recargada en tambos todos los
días, y no existía trancón. ¿En qué ciudad preferiría usted vivir? ¿Realmente
hemos mejorado?, o simplemente nos hemos dejado obnubilar por la idea de avance “económico”
olvidándonos de nosotros mismos, y escondiendo la belleza, reemplazándola por
una supuesta comodidad.
¿Cómo se puede medir el bienestar? No
podemos separar las ciencias para medir el bienestar de una sociedad. No
podemos separar la belleza, la justicia y la armonía, la filosofía, de la
política, ni de la economía, ni de la sociología. En los países se mide
desarrollo en términos de solo una pequeña parte de cifras, pero no de la
totalidad de las condiciones en que cada una de las personas, animales y recursos como el agua, el aire y la tierra viven.
Se hace urgente juzgar los procesos
económicos ampliando el campo de aplicación de la economía. Algo que produce
dinero, pero que daña el aire, el agua, que agota recursos no renovables, que
afecta las relaciones humanas, genera servilismo y frustración, no puede ser
juzgado por la sociedad como “económico”.
La integración de las ciencias sociales
se hace indispensable si queremos realmente entrar a una era conciente. Los
procesos económicos tienen que ser a la vez sostenibles, sustentables, morales,
éticos, sociales y justos, no solo para todos los hombres, sino también para su
entorno. Pretender alejar la economía de la moral y de la ética social, o de lo
humano, resulta una deformación social que nos pone en condiciones peores a las
de cualquier especie animal. Si observamos especies animales, podemos ver que
en ellas prima el clan, la familia, o la especie. Luego del clan, la familia o
especie, ninguna especie, ni animal ni vegetal, atenta contra otra especie
porque si, solo para acumular, como lo hacemos nosotros.
Lo que resulta monetariamente viable,
es aceptado por los gobiernos como impulsor de trabajo y de la economía, sin
evaluar el impacto social. Alejamos la política de la economía, y los gobiernos
parecen dar la espalda y asegurar que no es bueno el “paternalismo”, pues cada
hombre debe ser responsable de su propio destino mediante el trabajo. Uno
escucha en las era moderna frases como “que trabaje, ese es un vago..:”, o “a
mí me ha costado mucho lo que tengo…” Pero nadie ve las condiciones mentales
que provoca nuestra sociedad. Las personas con menos ingresos nacen, crecen y
copian modelos de comportamiento, en donde se sienten inferiores, o en donde no
“ven” otra forma de subsistencia que la que han desarrollado por instinto:
recoger basura, limpiar o cuidar carros etc. De la misma manera, quienes tienen
condiciones diferentes, no ven otra forma de vivir que la propia, y subvaloran
el trabajo de quienes están en los menores estratos. Y cada uno está tan anquilosado
en su propia experiencia, que es incapaz de ver realmente la situación del
otro, y no se está dispuesto a moverse un centímetro para tratar de equilibrar
la circunstancia. Tampoco los gobiernos. Ellos están acostumbrados a que sean
tildados de buenos mientras se garanticen las condiciones mínimas de seguridad,
de vida, y entretanto se pueda garantizar la libertad de la propiedad privada y
la acumulación de bienes de capital. En general, en los países de América, la
gente del común asocia “comunismo”, “justicia social”, o “socialismo”
directamente a guerrilla, a balas, a dictadura, locura o tiranía. ¿Podemos
estar tan dormidos para tamaño absurdo? Lo que pasa es que estamos tan
acostumbrados a nuestro egoísmo, que nadie que “tenga” algo está dispuesto a cooperar con
quien no “tenga”.
Las ideas de “cooperar”, “compartir”,
“solidaridad”, están siendo tan extirpadas de nuestra convivencia social, que
si un presidente quiere que esas palabras se instauren en el terreno de la vida
práctica, le toca hacerlo mediante medidas extremas que inevitablemente tocan
el bolsillo de algunos. Pero no nos damos cuenta. Llamamos dictador al
presidente, pero no percibimos que con nuestro excesivo consumo, con nuestra
explotación mediante pagos injustos a quienes trabajan con nosotros, con
nuestro desentendimiento de los problemas del vecino, somos nosotros los más
salvajes, somos las personas más inescrupulosas y faltas de moral y de ética.
Pero no pasa nada, es el mercado, es la religión del dinero que nos ampara, y
nos hace creer que estamos por el camino del bien, directo a la gloria del
reconocimiento.’
Somos una
comunidad desde nuestra familia. Supongamos que en la familia existe determinada cantidad de dinero
diario que se recibe por parte de los padres, y que ese dinero fuera
distribuido en forma distinta por los padres: uno de los hijos come, y el
otro no. Uno de los hijos está siendo educado en un colegio, y el otro no está
en ninguno. Uno se enferma y tiene a donde ir, el otro no. ¿Cuál es la función
de cualquier estado? ¿Hasta dónde el estado debe garantizar, y hasta dónde el
individuo debe valerse por sí mismo? Esa pregunta me parece, que como toda esta
reflexión, debe ser respondida por cada uno, y generar las acciones
pertinentes, de acuerdo con la propia conciencia y capacidad de reflexión.
Nadie está dispuesto a sacrificar nada
por el otro, y ese estado humano no es cuantificable. Creo que como decía Quino:
“Lo único que me preocupa es bajar los índices de egoísmo”. Sólo de esa manera,
seremos capaces de mirarnos de nuevo a los ojos, arremangarnos, y comenzar a
trabajar juntos, no como individuos, sino como comunidades que busquen
alternativas posibles de un mundo que nos contenga a todos.
Porque la idea de que el ser es egoísta
por naturaleza es una idea impuesta y sostenida. La naturaleza humana es
comunitaria, es sólo darle un vistazo a las comunidades que se han sostenido a
pesar de la barbarie humana. Y la convivencia armónica en la comunidad es la
que genera seres humanos más felices y profundamente conectados. Todos lo hemos
experimentado alguna vez, aunque nuestra sensación nunca haya sido establecida
en la estadística de desarrollo o bienestar de ningún país, y aunque todos lo
sepamos, sobre todo los publicistas, que se aprovechan de esa verdad universal
para vender sus productos y sostener un sistema de dominación y apropiación de
los valores intrínsecos en el ser humano para beneficio de las marcas y los
negocios. Un cambio fundamental implicará una mirada comunitaria del
proceso de existir, volviendo a trabajar por aspectos inconmensurables, no por
resultados de un frío indicador de cifras en dinero. Para ello, requerimos
despertar nuestra creatividad y arriesgarnos un poco a la incertidumbre.