23 diciembre 2016

El verdadero tesoro

Quise hacer este artículo, no para defender ninguna religión, ya que no sigo ninguna, sino más bien como una forma de llamar a las personas que dicen que practican una, para revisar si las acciones que llevan están de acuerdo con las enseñanzas de quien siguen. Porque siento que una religión no es la iglesia a donde vamos, ni las oraciones que elevamos, ni las fiestas que celebramos en su nombre. La verdadera práctica de una religión, es en la vida. Porque es en la vida donde nos acercamos o nos alejamos de eso que decidimos seguir como verdadero.

Me llama siempre la atención, que muchas personas católicas y cristianas que conozco, que han sido bautizadas, confirmadas, casadas y nuevamente bautizados sus hijos, lleven vidas completamente opuestas a las enseñanzas vitales que dejó Jesús.

Como uno de los maestros más importantes, reconocidos y perdurables de la humanidad, independiente de las miles de religiones que han venido luego continuando con su doctrina, Jesús vino fundamentalmente a dejar un mensaje definitivo para la humanidad,  que me gustaría recordar, ya que considero que si realmente todos los que se llaman pertenecientes a esa religión practicaran sus enseñanzas, el mundo sería diametralmente distinto.
En todas las religiones del mundo, la enseñanza profunda es la búsqueda del amor, el conocimiento del universo, y el conocimiento dentro de uno de una fuerza superior, mágica, invisible, misteriosa, dueña de la vida, de la muerte, de la belleza, del tiempo, de todas nuestras acciones. Esa es la verdadera enseñanza, y el verdadero tesoro, que cualquier ser humano que se llame religioso, debería perseguir cada día, si pretende ser un buen practicante.

El pasaje que para mi resume el mayor de los legados de Jesús, escrito en la biblia por Mateo, es esta, que releo cada vez que me siento llamada por el materialismo.

El verdadero tesoro

“No os acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde ladrones penetran y roban; sino acumulaos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.  La lámpara del cuerpo es el ojo; por eso, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz.  Pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará lleno de oscuridad. Así que, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡cuán grande será la oscuridad! Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.  Por eso os digo, no os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa?  Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?  ¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?  Y por la ropa, ¿por qué os preocupáis? Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan; pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de éstos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?  Por tanto, no os preocupéis, diciendo: ``¿Qué comeremos? o ``¿qué beberemos? o ``¿con qué nos vestiremos?  Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas estas cosas.  Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.  Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas”.

Hace muchos años, comencé a confiar en el universo, y años después conocí y me enamoré de este texto. Puedo dar testimonio absoluto que es real. Nunca me ha faltado el trabajo en justa medida, la comida en justa medida, la ropa en justa medida. Cuando dedico mis días a encontrar lo bello, lo esencial, a rechazar lo que me hace daño y le hace daño a otros, el resto aparece por añadidura, cuando hago lo contrario, en mí solo surge la ansiedad, la codicia y la ambición.
 

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