Carlos y Lu fueron unidos por el destino, el amor, el
instinto, la naturaleza humana, Dios, o como quiera ser llamada esa fuerza
misteriosa que hace que dos seres desconocidos sepan que pasarán el resto de la
vida juntos, sólo por mirarse. Se encontraron bajo una misma luna, en un mismo
lugar, y a la misma hora, y las palabras fueron excusas, pretextos para
reencontrarse, reconocerse, actualizarse de todos esos años que, parecía, simplemente habían dejado de verse.
Pero era la primera vez que se veían, entonces no
podían entender esa sensación de haber estado antes juntos, y de conocerse
totalmente. Yo a vos te conozco, le decía Luciana a Carlos varias veces durante
esa primera tarde. Yo a vos también, decía Carlos. Y daban vueltas sobre dónde
era que habían podido verse. Tal vez en la misma escuela, pero no. Entonces en
el mismo barrio, pero tampoco, o algún amigo en común. No, nadie. Así que sin
más preguntas emprendieron el viaje que los dos habían soñado emprender.
Empacaron sus cosas, y tomaron el bus que los llevó a El Bolsón, en la Patagonia Argentina.
Durante meses convivieron con los ríos, pisaron la
tierra intentando mover algo en sí mismos. Y fue allí, sentados en aquel río
que corría en su frente, que se encontraron con Nahual. Él tenía sólo seis
años, y lo habían visto varias veces con
su madre, una artesana que vendía productos en la feria. Ese día, como otros
días, Nahual estaba jugando solo a la
orilla del río, cuando a los pocos él fue acercándose y comenzaron a hablar.
Primero ellos le preguntaron cosas de la cotidianidad de los niños, como por
ejemplo si le gustaba jugar pelota, o si ya iba a entrar a la escuela, o qué
quería ser cuando fuera grande. Ante estas preguntas Nahual respondía con
monosílabos.
Luego de un silencio, en uno de sus encuentros, Nahual comenzó a contarles que él venía de
Las Pléyades. Carlos y Lu se miraron con una incógnita en su rostro, pero
decidieron hacerle preguntas al respecto. Y él las fue contestando
espontáneamente, diciendo que su mamá sí era de la tierra, pero que él no, que
los árboles de su verdadera casa eran de un verde que sólo existía allá, y con
especies diferentes a las de la tierra, y que allá el aire era más puro, y las
personas eran diferentes, pero iguales, que todo se compartía, y en fin, que a nosotros nos faltaba entender todavía muchas cosas. A
Carlos se le ocurrió preguntarle si él sabía sobre el destino de este planeta,
es decir, que si existiría una forma de parar el fin aparente al cual estábamos
conduciendo las personas a la tierra, por toda la contaminación ambiental. Él
se quedó pensando por unos instantes y finalmente dijo: creo que va a ser muy
difícil, porque lo que más contamina a los seres humanos, y a la tierra, son
los malos pensamientos.
Carlos y Lu fueron contando la historia de Nahual a
todo aquel que fueron conociendo en el camino de vuelta. Algunos ni siquiera
escucharon, otros se quedaron hablando
con el vecino, diciendo que los niños así deberían ser llevados al psiquiatra
para ser formulados desde ahora. Algunos otros se rieron, y hubo también quien
guardó silencio. Otros escribieron un
cuento, y no faltó el que hubiera quedado pensando en ello por un buen tiempo,
hasta que pudo entender las palabras de Nahual, y la verdad contenida en ellas.
¿Y usted?