15 diciembre 2016

Lo que más contamina

Carlos y Lu fueron unidos por el destino, el amor, el instinto, la naturaleza humana, Dios, o como quiera ser llamada esa fuerza misteriosa que hace que dos seres desconocidos sepan que pasarán el resto de la vida juntos, sólo por mirarse. Se encontraron bajo una misma luna, en un mismo lugar, y a la misma hora, y las palabras fueron excusas, pretextos para reencontrarse, reconocerse, actualizarse de todos esos años que, parecía, simplemente habían dejado de verse.


Pero era la primera vez que se veían, entonces no podían entender esa sensación de haber estado antes juntos, y de conocerse totalmente. Yo a vos te conozco, le decía Luciana a Carlos varias veces durante esa primera tarde. Yo a vos también, decía Carlos. Y daban vueltas sobre dónde era que habían podido verse. Tal vez en la misma escuela, pero no. Entonces en el mismo barrio, pero tampoco, o algún amigo en común. No, nadie. Así que sin más preguntas emprendieron el viaje que los dos habían soñado emprender. Empacaron sus cosas, y tomaron el bus que los llevó a El Bolsón, en la Patagonia Argentina.

Durante meses convivieron con los ríos, pisaron la tierra intentando mover algo en sí mismos. Y fue allí, sentados en aquel río que corría en su frente, que se encontraron con Nahual. Él tenía sólo seis años, y lo  habían visto varias veces con su madre, una artesana que vendía productos en la feria. Ese día, como otros días, Nahual estaba  jugando solo a la orilla del río, cuando a los pocos él fue acercándose y comenzaron a hablar. Primero ellos le preguntaron cosas de la cotidianidad de los niños, como por ejemplo si le gustaba jugar pelota, o si ya iba a entrar a la escuela, o qué quería ser cuando fuera grande. Ante estas preguntas Nahual respondía con monosílabos. 

Luego de un silencio, en uno de sus encuentros, Nahual comenzó a contarles que él venía de Las Pléyades. Carlos y Lu se miraron con una incógnita en su rostro, pero decidieron hacerle preguntas al respecto. Y él las fue contestando espontáneamente, diciendo que su mamá sí era de la tierra, pero que él no, que los árboles de su verdadera casa eran de un verde que sólo existía allá, y con especies diferentes a las de la tierra, y que allá el aire era más puro, y las personas eran diferentes, pero iguales, que todo se compartía,  y en fin, que a nosotros nos faltaba entender todavía muchas cosas. A Carlos se le ocurrió preguntarle si él sabía sobre el destino de este planeta, es decir, que si existiría una forma de parar el fin aparente al cual estábamos conduciendo las personas a la tierra, por toda la contaminación ambiental. Él se quedó pensando por unos instantes y finalmente dijo: creo que va a ser muy difícil, porque lo que más contamina a los seres humanos, y a la tierra, son los malos pensamientos.


Carlos y Lu fueron contando la historia de Nahual a todo aquel que fueron conociendo en el camino de vuelta. Algunos ni siquiera escucharon, otros se quedaron  hablando con el vecino, diciendo que los niños así deberían ser llevados al psiquiatra para ser formulados desde ahora. Algunos otros se rieron, y hubo también quien guardó silencio.  Otros escribieron un cuento, y no faltó el que hubiera quedado pensando en ello por un buen tiempo, hasta que pudo entender las palabras de Nahual, y la verdad contenida en ellas. ¿Y usted?

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