Hace algunos años, menos de diez, empecé a
escuchar eso de que estamos en un mundo globalizado. Como que ha sido una
palabra que ha tenido que incluirse en los diccionarios, y a los pocos, nosotros, generaciones un poco
más antiguas ya que somos nacidos en el siglo pasado, comenzamos a preguntarnos qué es lo que
significa esa palabra y qué es lo que realmente contiene tras su traje de
concepto.
Globalización, si me lo preguntan, y sin hacer uso de Google para
averiguarlo, me parece que empieza un poco justamente por lo que trae consigo esta
otra palabreja bastante moderna y usada, y que reemplazó a la famosa Quillet, cuyos inmensos volúmenes
reposaban en la biblioteca de casi cualquier casa de clase media. Tomos rojos
para temas especializados, marrones claro para definiciones en orden
alfabético, y tomos verdes para incentivar a los niños en la lectura y la
investigación. ¿Sintió nostalgia? Yo también.
Hasta hace apenas veinte años,
cualquier cosa que uno no supiera, tenía que ir a preguntársela a los papás.
Primero a la madre, quien siempre estaba en casa, y quien generalmente no tenía
ni la menor idea, porque en esa época, ojo, solo veinte años atrás, la mayoría
de las mujeres cumplían la sagrada misión de ser madres y amas de casa.
Entonces, era muy poco el tiempo que tenían para saber cosas que no fueran las
mejores recetas de cocina para mantener a los críos alimentados y fuertes, los
mejores cuentos e historias para hacer dormir a los chinos, y las misteriosas
onces por las tardes con las amigas, donde fundamentalmente se intentaba
mantener al mundo en orden.
Sí, no se crea que eran simples reuniones de
chismografía. Escondido entre el chocolate y la almojábana, o los tamales con
queso, iba toda la actualización de los dramas de los hogares. Las
conversaciones eran profundas y extensas. Los niños, por obvias razones, éramos
llevados a los patios de atrás, en donde no pudiéramos escuchar las charlas de
los adultos. Se hablaba de sexo, de culinaria, de amores y desamores, de celos,
de fraudes, se hilvanaban las más increíbles historias, pero fundamentalmente,
las amigas eran las mejores terapeutas del mundo, y las mejores confidentes.
Uno salía de jugar con los amigos, y encontraba a las madres risueñas,
liberadas del estrés, contagiadas de risas o de las lágrimas producidas por las
catarsis colectivas de la tarde de onces con chocolate. Y esto ocurría como un
ritual. Un día uno era montado en el carro de la tía rumbo a la casa de cada
una de las siete amigas que componían el círculo. Una encargada cada día de la
semana de las onces. En esa ceremonia diaria de terapias y formación cultural
de las madres, se tejía nuestro futuro, adornado y compuesto al lado de esa fiesta
de colores encima de las mesas. Esas tardes fueron reemplazadas fríamente por
programas de culinaria, impersonales y distantes, y por los comentarios de
mujer, que se leen a diario en las redes sociales y correos electrónicos. La
superficialidad y la soledad son las que caracterizan nuestras nuevas
relaciones. Y no estoy diciendo que no es bueno que la mujer trabaje afuera de la casa, solo sentí nostalgia de aquel trabajo de madre que tenía mi madre y del cual me beneficié, porque mi madre trabajó toda la vida, y aún trabaja, así nunca haya tenido un sueldo oficialmente declarado por ejercer su sagrada profesión: mamá.
Volviendo a los temas sin saber, y ya
entendiendo que las madres no tenían tiempo para ser enciclopedistas, entonces
uno se remitía al padre, quien generalmente lo sabía todo, y lo que no sabía, enseguida
era contestado con una imperante orden: búsquelo en la enciclopedia. Pero no
todo estaba en la enciclopedia. Intentar resumir el conocimiento filosófico,
religioso, científico, histórico, tecnológico e industrial de nuestra
humanidad, era imposible en un metro que medía la biblioteca. Entonces, si la
inquietud era muy grande, uno tenía que desplazarse a la biblioteca del
colegio, de la universidad, o a la Luis Ángel Arango. Pero si aun así la duda
no quedaba resuelta, entonces uno tenía que escribir una carta al programa: Yo sé quién sabe lo que usted no sabe, y
esperar pacientemente durante meses, a ver si el presentador había logrado encontrar
el experto que podía dar una respuesta.
Entonces, el primer elemento que para mí
caracteriza esta palabra de la globalización, es la tecnología. No lo podemos negar. Es
sorprendente que ante la más mínima duda sobre cualquier ámbito de la historia,
teorías científicas, etc, uno simplemente escriba una palabra, o una frase, y como
por arte de magia aparezcan de 4 a 40.000 o más respuestas. Increíble,
maravilloso, sorprendente, no puedo negarlo. Me impresiona ver cómo puedo
buscar una expresión en cualquier lengua y traducirla en otra. Los jóvenes
traen todo el tiempo información que han encontrado en la red, y eso enriquece
el proceso de creación de la cultura. Pero. Sí, hay un pero. Hay un lado oscuro
de esta maravilla, y me interesa ver la otra lanza de la espada, ya que
cualquier aspecto de la vida lo tiene, y es preciso conocerlo para reflexionar,
y saber equilibrar, quien lo quiera.
El primer punto negro que aparece, es que las
relaciones son distintas en la red. No sé si yo soy anormal, pero mi
sentimiento es que podemos ser más fácilmente amigos por internet. Me ha pasado que soy súper amiga de personas que
están en Facebook, pero cuando nos vemos en el trabajo no tenemos tiempo de
conversar cara a cara. Tal vez ella ha dado un me gusta en algunas de mis publicaciones, y yo he visto las fotos
de sus últimas vacaciones, o sé en donde estuvo ayer por la tarde, sé que se
tomó un café con la hermana, y hasta vi
el restaurante en que lo hizo. Solo que me falta el contacto humano, y
considero que he perdido algo importante. ¿Será que entonces abandonamos
Facebook? ¿Facebook es un vicio, es una
droga? No sé, nuevamente la medida la tendrá cada uno. Hace algunos meses, en
un almuerzo con los compañeros de la escuela, uno de ellos habló sobre el vicio
del Facebook, y el tiempo que uno gastaba en esas. En medio de bromas salió que
era un vicio. Nadie puede saber cómo cada uno asume las cosas, pero es bueno
saber que el vicioso generalmente no se
hace consciente de su adicción.
Bien, el aspecto anterior es un
hecho. Los sistemas de comunicación nos integran en segundos, las
noticias que ocurren a 25.000 kilómetros de distancia son conocidas a veces primero
por los lejanos que por los cercanos y los sistemas de contacto con nuestros
seres queridos que viven en el exterior, es tan fácil como el hombre jamás
imaginó. Internet nos conecta gratuitamente y en forma rápida con cualquier
persona en el gran mundo, pero esto no ha sido una cura para la sensación de
soledad, y nadie puede negar que el
contacto humano jamás pueda ser sustituido por la tecnología. Muy por el
contrario, parece ser un estigma el hecho de ver cómo la tecnología parece
estar alejándonos de las cosas más elementales y simples, con nosotros mismos,
y con los demás.
El segundo punto que viene a mi cabeza al
hablar de la globalización, es la unificación de los mercados. Hace quince años
comenzó a llamarme la atención que cualquier centro comercial en los lugares
del mundo que visité, eran exactamente iguales. Las mismas marcas
“internacionales”, la misma estructura de los edificios: parqueadero amplio,
poca o ninguna luz solar en los corredores, varios niveles, o pisos, zona de
comidas, zona de juegos, bancos. Centro de reunión de los fieles de la secta de
la religión del dinero. Allí se consume la píldora para ser feliz. Las monedas
ganadas en trabajos que muchas veces asfixian, atormentan o denigran al
individuo, son gastadas allí. Me recuerda el diezmo. El dios de la secta pide
su dinero, y los fieles lo dan por la sensación que reciben como recompensa:
sensación de poder, de estatus, de superioridad. Sentimientos humanos estos que
parecen inevitables. Consuma, consuma, consuma, cambie, tire, compre el último
modelo. Nuestros dioses modernos dicen mediante la publicidad, las revistas, y
demás métodos de difusión de la secta: Olvide
los dioses antiguos de la luna, el sol o las estrellas, ellos son falsos, ellos
son mitos que nuestra racionalidad ha destruido, ellos no le dan esta sensación
de placer al estrenar un traje, o al comprar el carro último modelo. Usted
quiere emoción, quiere más, quiere placer, quiere reconocimiento, necesita el
aplauso y la aprobación de los demás. Los dioses antiguos no se lo podrán dar.
Eso es lo que dice en todas las vallas publicitarias de la secta del mercado y
del dinero. Usted no es nada si no consume, usted no es feliz, usted es un
miserable, un anormal si no consume. Esta es la globalización del mercado, que
ha dejado sin identidad local a los pueblos, siendo así fácilmente manipulables
para que puedan consumir. La religión del dinero ha uniformado a todos los
seres humanos del planeta con la misma moda, la misma música, los mismos
artistas que deben ser escuchados y vistos. Un solo mercado. Un mercado global,
uniformidad que paradójicamente y sin que nadie lo perciba, viene detrás con un
falso eslogan de autenticidad y de libertad. Consuma la marca del trébol y será
feliz. Consuma el carro sueco y será prestigioso, y alcanzará la libertad.
Consuma la marca más famosa de fotos, y registrará sus logros para
siempre.
Pausa por favor. ¿A costa de qué? ¿Qué hay detrás de todo esto? Hablamos de globalización y
estandarización de los mercados. ¿Por qué no hablamos de la globalización de la
calidad de vida, de la salud, del deporte, de la cultura, del acceso libre y
gratuito a todos estos temas. Por qué no hablamos de globalización de vivienda
digna, de medios de transporte ecológicos, de la globalización de productos
sostenibles. No, eso no es rentable, eso no da dinero, cuestión de negocios.
Ah, entonces globalización es otra parte de la doctrina del dios dinero. La
doctrina solo acepta a los feligreses que consuman, y que den dinero y trabajen
sin preguntar, cuestionar o alegar. Los demás serán expulsados, serán
catalogados como revolucionarios, extremistas, radicales, o bobos sin
ambiciones. Y una de dos, o serán intervenidos y exterminados, o serán tratados
al margen, y se aceptarán sus recomendaciones, siempre y cuando ellas convengan
al engranaje político, o a las cuentas bancarias de unos pocos. Cuídese de todo
lo que aparentemente es masivo y rentable, es mi recomendación.