Hernando soñó toda su
vida con conocer Grecia, y yo conocí su
sueño desde siempre. Cuando era pequeño ese sueño parecía un imposible. En la
adolescencia en eso ni se pensó, y cuando ya era un adulto, había que pensar en
otras cosas.
Pero los sueños están grabados en nuestra alma con tintas tan
fuertes, que parecen vehículos que nos van conduciendo a través de la historia
que está escrita por las norias en el libro de la vida.
Fue así como a sus 35
años, sus ojos se posaron en la inscripción del oráculo de Delfos para leer: “Te advierto, quien quiera que
fueres, tú que deseas sondear los
arcanos de la Naturaleza, que si no
hallas dentro de ti mismo aquello
que buscas, tampoco podrás
hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia
casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias?
En ti se halla oculto el Tesoro de los tesoros.
Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al
Universo y a los Dioses”. Miró a su alrededor,
contempló el cielo y a la vez cada una de las ruinas. Halló que algo no estaba
bien. Por fin había alcanzado su sueño, y no era tal como se lo había
imaginado. Un vacío en el estómago, una sensación de hambre, de querer más, ese
sentimiento de no tener lo esperado en la justa medida.
Cuando volvió de su
viaje, sentados en el sofá verde, tomando un café, contemplando el mismo
paisaje que él había visto durante 35 años, pero esta vez con una mirada que me
parecía diferente, me dijo: “Sabe una cosa, estando en Grecia me di cuenta que
así esté en Colombia, en Grecia, en Rusia, en la Patagonia, en China o en la
Conchinchina, lo que soy por dentro lo llevo conmigo, cargándolo dentro de una
especie de mochila. Y que por más que cambie
de ciudad, de trabajo, de pareja, o de personas con las que me relaciono, la
mochila la cargaré hasta que no aprenda a dejar las cosas mías que no le sirven
a mi alma”.
Un silencio largo y vacío provino después. El sol entraba en la sala y nos daba un calor especial. Terminamos el café, él salió a trabajar, y yo quedé mirando por la ventana. Yo ya no era la misma, algo había cambiado definitivamente en mí.
Un silencio largo y vacío provino después. El sol entraba en la sala y nos daba un calor especial. Terminamos el café, él salió a trabajar, y yo quedé mirando por la ventana. Yo ya no era la misma, algo había cambiado definitivamente en mí.